Hoy se acerca, ineludible, el comienzo de un nuevo año. A las doce de esta misma noche las campanadas nos llevarán y un nuevo lugar completamente desconocido: 2014.
Me digo a mí mismo que esa noche todo cambiará.
Que en la madrugada del 1 de enero las cosas comenzarán a ser diferentes.
Que cuando suene la última campanada cambiará algo más que la fecha y el calendario.
¿Pero tengo razón o solo busco un consuelo?
No tengo la respuesta, pero aunque la tuviera daría igual. Llegará medianoche, sonarán las campanas, cambiará la fecha y lo que tenga que pasar pasará.
Y como siempre, yo no podré decidir lo que ocurra. Simplemente ocurrirá.
Se acerca el desenlace. Faltan apenas cinco minutos y mi ilusión sigue ahí, expectante.
No sabe que pronto tendrá que marcharse abatida, como tantas otras veces.
Mi madre, mi tia y mi hermano, ajenos a todo lo que tiene lugar dentro de mí, preparan los cuencos con uvas y los acercan a la mesa. Cada uno de nosotros coge uno y comienza la cuenta atrás: Los cuartos.
´´Todavía no`` Le dice mi tía a mi hermano, que siempre se confunde. ´´Ahora``
Comemos las uvas, una a una, al son de las campanas.
Como si llevar el compás trajese salud cuando solo trae esperanzas sin fundamento.
Entonces suena la última campanada, me llevo la última uva a los labios y me digo a mi mismo que este año todo será diferente.
Sin embargo lo único que cambia ese día es el año, no mi vida.
Y aún así, abatido, me levanto una mañana más y lo intento de nuevo.
Y aún así, abatido, me levanto una mañana más y lo intento de nuevo.